Los ojos se abren y aparece un universo. ¿Qué podría ser más simple que eso? Podría parecer que el mundo (con todos sus colores y formas, su gente y sus lugares) simplemente se vierte en la mente a través de las ventanas transparentes de los sentidos. Y que el yo (su yo) está posado en algún lugar detrás de sus ojos, absorbiendo un río de información y descifrando qué hacer.
Pero las cosas no son como parecen ser. El acto aparentemente simple de experimentar un mundo es una hazaña notable de la biología; un milagro cotidiano que la naturaleza nos ha diseñado específicamente para no reconocer como tal.
Imagine por un momento que usted es su cerebro. Ahí está, encerrado en la bóveda ósea del cráneo, tratando de averiguar qué hay allá afuera en el mundo. La única información que tiene es un aluvión constante de señales sensoriales que solo están relacionadas indirectamente con lo que hay allá afuera. Estas señales no vienen con etiquetas («¡Vengo de un gato!, ¡vengo de una taza de té!»), y su ambigüedad inherente significa que la percepción – el proceso de averiguar lo que hay – no puede ser simplemente una «lectura» de la información que contienen.
En cambio, experimentar un mundo, y un yo, son actos inherentemente creativos. Son el resultado de un proceso activo que viene principalmente de arriba hacia abajo en lugar de ir de abajo hacia arriba. En mi investigación como neurocientífico, y tal como lo exploro en mi nuevo libro Being You, he llegado a ver el cerebro como una especie de máquina de predicción, siempre ocupado en hacer predicciones sobre lo que hay en el mundo (o aquí, en el cuerpo) y en usar señales sensoriales para calibrar estas predicciones. Lo que experimentamos, desde este punto de vista, no es una lectura de las señales sensoriales sino el contenido de las predicciones: es la mejor conjetura que hace el cerebro sobre lo que está pasando. Vivimos en una «alucinación controlada«, una construcción creativa que permanece atada a la realidad a través de una danza que inicia de arriba hacia abajo, donde el cerebro hace su predicción, y que se encuentra con un error de predicción sensorial que va de abajo hacia arriba. Esta nunca es, y nunca puede ser, idéntica a esa realidad.
Una consecuencia sorprendente de este punto de vista es que, dado que todos tenemos cerebros diferentes, todos viviremos en mundos subjetivos diferentes, incluso cuando compartamos la misma realidad objetiva. Esto significa que el cielo azul que yo experimento en un día soleado podría ser diferente al cielo azul que usted experimentaría, incluso si estuviera de pie a mi lado. Y es probable que nunca nos diéramos cuenta de esto, porque diferencias como estas son por naturaleza privadas, subjetivas y quedan enmascaradas bajo nuestro uso de un lenguaje común.
La propensión a tener diferentes experiencias en una situación compartida es rutinaria y común en nuestra cultura más amplia. No hay dos personas en la audiencia de una obra de Shakespeare, o mirando a un Rothko, que pensarán o sentirán lo mismo. Y nadie esperaría que lo hicieran. Pero, de alguna manera, esperamos que nuestras experiencias perceptivas de un mundo compartido sean las mismas, que un cielo azul se vea igual para todos nosotros. Que este no sea el caso es definido por lo que yo llamo «diversidad perceptual»: así como todos diferimos en el exterior, todos también somos distintos en nuestro interior.
A veces estas diferencias perceptivas salen a la superficie. Hace unos años, una fotografía de un vestido mal iluminado causó una tormenta en las redes sociales porque la mitad del mundo lo veía como blanco y dorado, mientras que la otra mitad lo veía como azul y negro (era, de hecho, azul y negro). Este ejemplo de cómo funciona la psicología en un entorno natural fue fascinante no solo por las diferencias individuales en la percepción del color que revelaba, sino por la obstinación con la que la gente se aferraba a su forma de ver las cosas, negando que cualquier otra manera de ver pudiera ser posible.
En mi opinión, este rechazo de las formas alternativas de ver radica en la naturaleza misma de la experiencia perceptiva, que es hacer que parezca que el mundo que experimentamos es independiente de nuestros cerebros y mentes, incluso cuando sabemos que no lo es. Como dijo Cézanne una vez, el color es donde el cerebro y el universo se encuentran.
La diversidad perceptiva ha salido a la luz en una nueva y emocionante colaboración entre arte y ciencia con la que he estado involucrado llamada Dreamachine (máquina de ensueño), producida por Collective Act, cuya oferta central es una experiencia colectiva e inmersiva basada en un invento poco conocido del artista de la generación beat Brion Gysin y en la investigación del pionero neurocientífico británico William Grey Walter. Dreamachine utiliza la iluminación estroboscópica y el sonido espacial para crear vívidas experiencias de colores, formas, movimiento (y con frecuencia, de mucho más) en las mentes de los participantes, quienes tienen los ojos cerrados. A diferencia de nuestras experiencias cotidianas del mundo que nos rodea, lo que surge en la mente en Dreamachine parece venir de dentro, y todos tienen una experiencia única a pesar de que cada persona está expuesta exactamente a la misma luz parpadeante.
Los dibujos que las personas hacen después de sus viajes dan una indicación de esta diversidad salvaje, y también son hermosos, aunque ningún dibujo puede capturar lo que la Dreamachine permite que se revele.
Otra parte del programa Dreamachine lleva la idea de la diversidad perceptiva mucho más allá, en forma de un experimento de ciencia ciudadana a gran escala llamado The Perception Census (El censo de la percepción). Desarrollado por un equipo de científicos, filósofos y diseñadores de experiencia, busca mapear –por primera vez– las formas particulares en las que cada uno de nosotros experimenta el mundo que nos rodea. No solo en Dreamachine. No solo al mirar una imagen de un vestido, sino en todas partes, todo el tiempo.
El censo en sí consiste en una serie de experimentos en línea e ilusiones interactivas atractivos, divertidos, fáciles y rápidos de completar. Además de aportar datos valiosos, los participantes tendrán la oportunidad de aprender sobre sus propios poderes de percepción y cómo se relacionan con los demás. Es importante destacar que el censo va más allá de la percepción visual para explorar muchos aspectos diferentes de cómo experimentamos el mundo, incluida nuestra percepción del sonido y la música, del paso del tiempo e incluso de nuestras emociones.
¿Qué aprenderemos de The Perception Census? En gran medida, esto depende de cuántas personas participen, y sacaremos a la luz muchas cosas nuevas sobre las mentes y los cerebros humanos y abriremos nuevos terrenos de investigación.
Independientemente de lo que revelen los datos, el concepto de diversidad perceptiva tiene un valor sociocultural y científico. Las diferencias no son déficits, ya sean diferencias aparentes externamente o diferencias internas en nuestros mundos perceptivos. Y la diversidad perceptiva se aplica a todos nosotros, no solo a la variedad de condiciones que se asocian con la etiqueta existente de «neurodivergencia».
Mi esperanza es que una mayor apreciación de la diversidad perceptiva nos ayude a cada uno de nosotros a cultivar una nueva humildad hacia nuestras propias experiencias, reconociendo que la forma en que vemos las cosas podría no ser igual a la forma como son – y podría ser diferente también de la forma en que otros ven las mismas cosas. Y que esta humildad puede proporcionar nuevas plataformas para la empatía, la comprensión y la comunicación entre personas que pueden tener puntos de vista muy diferentes, tanto en términos de lo que creen y, más literalmente, en términos de lo que ven.
Una inmersión profunda en la percepción, ya sea a través de Dreamachine, The Perception Census o cualquier otra invitación a la magia de la mente y el cerebro, puede ayudarnos a todos a redescubrir algo del asombro de ser humanos. El asombro que surge cuando ya no damos por sentados a nuestros mundos, o a nosotros mismos. La ciencia, después de todo, es parte de la cultura, y comparte una curiosidad creativa con las artes sobre la condición humana, sobre nuestra relación con los demás y sobre nuestro lugar en el universo. Según yo veo las cosas, es precisamente en la interfaz en constante evolución entre la ciencia, el arte y la tecnología que esta curiosidad creativa puede florecer mejor y lo hará.