He trabajado en el sector cultural como administradora, productora y directora de festivales durante 40 años, en una carrera dividida entre el Reino Unido y Australia, y algún tiempo en Asia. Durante la mayor parte de ese período, he sido consultora y me he especializado en el desarrollo político y organizativo, el diseño de nuevas infraestructuras culturales y la financiación del sector. Al igual que muchos otros en las últimas dos décadas, me di cuenta de que los modelos de financiación existentes no eran adecuados para permitir que los artistas hicieran lo que mejor hacen ni que las organizaciones artísticas mantengan su trabajo vital a través de modelos de negocio resilientes. Exploré una amplia gama de tendencias de inversión, argumentando no solo a favor de aumentar el apoyo de los sectores público y privado, sino además para que ese apoyo se brinde y se utilice en una variedad de maneras diferentes. Desarrollé el esquema de microcréditos de capital privado para artistas QuickstART, al igual que un Fondo de Innovación en Artes, administrado por el gobierno estatal, que aúna dinero gubernamental y filantrópico en una combinación de donaciones y financiamiento de deuda.
Sin embargo, durante la última década en Australia, se hizo evidente que no había un deseo real por parte de los gobiernos y otras partes interesadas del sector financiero (o, en muchos casos, del propio sector) de intentar seriamente forjar nuevos caminos hacia un futuro más resiliente, utilizando el dinero de manera diferente. Creo que esto se debe a muchas cosas. Primero, a un gobierno federal al que realmente no le importaba (como lo demuestra la forma como trató al Consejo de Australia durante la última década, así como trató a los artistas y las atinstituciones culturales durante la pandemia). En segundo lugar, otras agencias de financiación cuyo objetivo principal era reducir la dependencia de la financiación pública, instando al sector a «ser más comercial» (sin entender lo que esto significa para las organizaciones artísticas subcapitalizadas e impulsadas por una misión cultural), o instándolo a resolver los problemas sociales de hoy directamente a través de su trabajo creativo.
Luego estaba la falta de apetito por el cambio, particularmente entre las juntas directivas de las organizaciones sin ánimo de lucro, donde no había reconocimiento de que la constante rotación de la disputada y programática financiación gubernamental, tal como se distribuye actualmente, era uno de los modelos financieros más arriesgados y que desperdiciaba más tiempo.
También estaba la cuestión de la escala: un problema que afectaba al desarrollo de las oportunidades de inversión de impacto. Por un lado, estaban los gobiernos que esperaban milagros para niveles minúsculos de inversión en el cambio: una mentalidad que se enfocaba en preguntarse «¿qué tanto podemos reducir nuestros aportes?» en lugar de un preguntarse «¿qué podemos impulsar?». Una excepción aquí parecía ser el Reino Unido, donde organizaciones como Nesta, así como una serie de fideicomisos, reconocieron la necesidad de que la financiación de subvenciones se utilizara para impulsar nuevas estrategias y atraer nuevas inversiones para el cambio.
Por otro lado, estaban los potenciales inversionistas interesados en pasar a modelos de inversión de impacto, pero solo realmente en aquellas empresas que, incluso en esta etapa temprana, podrían crecer exponencialmente; siguiendo el modelo de crecimiento de las empresas tradicionales (y ahora a menudo insostenibles). ¿Qué tiene de malo invertir en aquellas que nunca crecerán pero que generarán beneficios culturales, sociales y económicos para los inversionistas durante un período de tiempo prolongado?
Reconocí que necesitaba que los paradigmas externos cambiaran significativamente para que mi trabajo, junto con el de los colegas en este ámbito, tuviera éxito. Así que regresé a la mesa de diseño. Durante los últimos siete años, he producido y programado los Festivales WOW (Mujeres del Mundo) en Australia. Y he jugado según las reglas: el juego se trata de demostrar mi valor a mis financiadores a través de los impactos económicos que genero (noches de ocupación, turismo, gasto local) y hacer que ellos o su marca brillen en las estadísticas de los medios y las oportunidades promocionales, al mismo tiempo que evalúo el impacto real que ha tenido mi trabajo y qué ha causado ese impacto.
La incapacidad de abordar algunos de los problemas perversos de hoy (incluida la actual injusticia de género) es a menudo un problema cultural. La forma en que pensamos en los problemas, la forma en que siempre hemos hecho las cosas como comunidad, resulta en enfoques particulares para la resolución de problemas. Si queremos un cambio social real, tenemos que empezar con el cambio cultural, y ¿qué mejor herramienta para eso que las efusiones creativas de la propia cultura? En los eventos WOW, hemos incluido historias reales de voces que no han sido escuchadas, a veces las presentamos por primera vez y a menudo a través de diferentes formas de expresión creativa. Las reunimos en un festín cultural de conversación e hilaridad. Al relacionarse con su cultura y creatividad, las personas encuentran fuerza e inspiración para hacer cambios en sus propias vidas. Y a través de estas historias y experiencias culturales, cambiamos los corazones y las mentes de aquellos que ostentan roles de liderazgo, motivándolos a avanzar y hacer un cambio comunitario o institucional para bien.
Después de la pandemia, y después de años de disminución del apoyo público, se puede decir con razón que nos quedamos con un sector cultural tan subfinanciado e infravalorado que serán necesarios muchos años de financiación tradicional por parte del gobierno para desarrollar capacidad de cambio. Pero esta no es la única manera. Ahora, más que nunca, es el momento de un replanteamiento total.
Contando con un nuevo gobierno federal en Australia que ofrece un rayo de luz al final del túnel, aquí hay algunas ideas:
- Entender la posición de los artistas en la sociedad desde la perspectiva de los Pueblos Nativos, como clave de nuestra fortaleza cultural como nación y de las historias que contamos al mundo sobre quienes somos. Al hacerlo, reconocer la necesidad de un aumento significativo del apoyo gubernamental, pero utilizar ese dinero de manera diferente. Por ejemplo, crear un piloto nacional significativo de ingresos básicos para los artistas, para demostrar el valor de tal modelo cuando se requiera para toda la población. Consideremos también la Fundación para el Artista: un modelo de asociación de inversión para el futuro de los creadores líderes de Australia propuesto después de la Cumbre 2020 del Gobierno de Rudd en 2008, que combina diferentes formas de financiación, incluida la inversión de impacto y la inversión a largo plazo en el desarrollo profesional.
- Invertir en las bases de capital de las organizaciones artísticas y las empresas culturales y creativas y permitirles construir modelos de negocio más diversos y sostenibles para el futuro, incorporando a otros socios con diferentes enfoques financieros, incluida la inversión de impacto. Solo con el apoyo sostenido del gobierno, las organizaciones culturales impulsadas por una misión pueden construir modelos sostenibles con diversas fuentes de ingresos, generando un valor cultural, social y económico cada vez mayor para los inversionistas. Las inversionistas procedentes de otras fuentes aumentarán a medida que el gobierno acepte su papel de inversionista en la economía cultural.
- Por último, reconocer el papel de nuestras principales instituciones culturales en el mantenimiento de una sociedad cívica y democrática para el futuro, pero asegurar que en todos los aspectos de su trabajo y gobernanza reflejen la diversidad del pueblo australiano.
Quizás estos sean los primeros pasos que necesitamos en una nueva política cultural nacional que construya modelos adecuados para el propósito de los artistas, las organizaciones artísticas y las instituciones culturales, permitiéndoles construir una economía cultural más sostenible para el futuro.